Nunca fui coleccionista: Toledo
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Arte y Cultura

Nunca fui coleccionista: Toledo

Carente de interés por reunir su obra o la de otros, Francisco Toledo comenzó a comprar gráfica porque se hizo la Casa de la Cultura de Juchitán


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Hace poco más de 45 años, cuando se iba a abrir la Casa de la Cultura de Juchitán, comenzó el interés del artista Francisco Toledo por comprar gráfica. Antes de eso, el oriundo de esa comunidad istmeña y nacido en 1940 nunca tuvo intenciones de ser coleccionista de su obra o de la de alguien más.

Sin embargo, para ese entonces ya contaba con algunos grabados que le habían obsequiado. El resto de la obra gráfica que ahora integra la Colección Toledo/INBA sería adquirido u obsequiado durante sus viajes a diversos estados del país y al extranjero, hasta conformar un acervo que rebasa las 24 mil piezas, entre grabados y placas.

El pasado 28 de mayo, una muestra de la colección, antes llamada Acervo José F. Gómez, se inauguró en el Centro de las Artes de San Agustín, Etla (CaSa). Alrededor de 200 piezas, la mayoría grabados, permiten conocer parte de la trayectoria del artista plástico y también de la gráfica en el mundo.

El recorrido de la exposición devela episodios en la vida del artista juchiteco, de sus inicios en el grabado, hasta la travesía vivida por varias décadas en un viaje que inicia en México, sigue por Italia, Francia, Noruega y finaliza en su pueblo natal.

Toledo, quien tuviera su primera exposición en 1959 en Texas, reunió dinero y salió del país en 1960 con destino a Roma. Ahí conoció a la mexicana Elvira Gándara, quien le ayudó a conseguir un departamento. Más tarde, se aburriría y optaría por ir a la Bienal de Venecia, no sin antes ser advertido por Gándara de no ir, pues “los venecianos matan a la gente y los tiran al canal”.
Anécdotas como ésta derivan de una entrevista que el director del CaSa, Daniel Brena, hizo al artista en marzo de este año; una parte de la cual se reproduce en un folleto que acompaña la exposición y ciertos fragmentos se comparten en este texto.

Aunque la muestra permite conocer esa faceta de coleccionista en que se convirtió uno de los mecenas de Oaxaca, cada grabado revela episodios de la vida de Francisco Toledo y su relación con cada autor.

Por ejemplo, unos grabados de Martín Vinaver (pintor radicado en Suecia), remiten a su paso por París en la década de los años 60, cuando conoció a Rocío Sagahón y la pareja de ésta, el fotógrafo George Vinaver. En ese entonces, Toledo entablaría una amistad con ellos y cuidaría del hijo de la pareja, Martín Vinaver.

De Tamayo, las obras expresan no sólo la relación del muralismo y el grabado, sino la cercanía entre ambos artistas oaxaqueños. Gracias a unas cartas de recomendación que el galerista Antonio Souza le había dado (una para Rufino Tamayo y la otra para Octavio Paz), Toledo buscó a Tamayo (antes, había contactado a Pazy).

“Fue muy generoso conmigo. Cuando empecé a mejorar, cuando mi trabajo era más interesante, me pidió que yo le dejara mis cuadros. Me los vendía cuando iban sus coleccionistas. También me llevó a varias galerías para ver si me aceptaban. Pero nunca pudimos convencerlos. Tamayo salía muy enojado” y le decía: “¿Ha visto qué cosas tan feas exponen? Y lo de usted, no lo quieren”.
El tiempo de Tamayo en París estaba por concluir, lo cual ponía a Toledo en una encrucijada más como la vivida en años previos cuando sus amigos Sagahón-Vinaver y el autor de El laberinto de la soledad, se quedaron sin un techo. No obstante, a fin de que siguiera en el cuarto de la Ciudad Universitaria, Tamayo consiguió que una coleccionista española, Rafita Ussia, lo becara con 100 dólares al mes, a cambio de cuadros.

Pero antes, cuenta la entrevista de Brena, Tamayo lo pondría en contacto con un hombre de Noruega, quien más tarde organizaría una exposición de Toledo y Rodolfo Nieto en Oslo.
Ya en la capital noruega, y a invitación del director del museo Kunstnernes Hus, vería las piedras de litografía y placas de madera que usó Edvard Much, autor de El grito. Después, trabajaría en el mismo taller que utilizara Munch en París: el Clot, Bramsen& Georges.

De vuelta en París, y con un galerista interesado en su obra, prepara su primera exposición en ese país, en 1964; para ello, cuenta la entrevista de Brena, trabaja en el taller Mourlot, el mismo donde produjo Piccaso. Ahí, conocería a un joven que lo llevaría con Bramsen.

Anécdotas como éstas y otras durante su aventura en busca de obras para la Casa de la Cultura de Juchitán se relatan en el texto. En ellas, Toledo habla de cómo consiguió piezas del grupo CoBrA, del Taller de Gráfica Popular, de los japonenes Kiyoshi Takahashi y Shikō Munakata, de Alfredo Zalce, Isabel Villaseñor, Carlos Mérida, entre otros, y de los cuadros que adquirió para obsequiarlos a Tamayo, en agradecimiento por su ayuda en París.


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